Amante




Dos amantes se reencuentran después de tres años de estar separados, ¿Será ésta vez que su historia tenga un final feliz? ¿O serán lo suficientemente idiotas para dejarse ir de nuevo en la vida del otro?





3 años más tarde...


Yo me encontraba en mi departamento estaba arreglando unas cosas para la llegada de Ian, mi amigo de muchos años, y aunque nuestra amistad nunca fue tradicional el cariño entre ambos era grande, tanto que resistió el paso de los años y nuestra separación, ya que 3 años atrás nos habíamos visto por primera y única vez. 


Terminé de organizar mis cojines favoritos por orden de color, azul oscuro, violeta y vino. 


—Casi listo. —Yo había murmurado con media sonrisa. Tenía la vieja costumbre de a veces hablar en voz alta.


Fui hasta la cocina y observé que todo estuviera limpio, odiaba el desastre y más en la cocina, aunque era una tarea difícil, cuando yo preparaba algo volvía todo patas para arriba. 


Dí unos pasos hacía el refrigerador y saqué una jarra con agua, me serví un vaso y después fui a la sala. 

Mi departamento era amplio, tenía 3 habitaciones, la principal (la mía), una dónde tenía mi biblioteca y estudio de maquillaje y la última dónde podía recibir visitas, aunque claro, yo casi siempre me la pasaba sola porque me gustaba la soledad. Yo había aprendido a amarla durante todo ese tiempo.


El teléfono sonó y supe por el tono de llamada que era Ian, en todos esos años jamás cambié el tono <Dreaming of you> que le había puesto una noche mientras hablabamos. Corrí hacía la cocina y dejé el vaso en el fregadero, después contesté el teléfono y dejé que él hablara primero.


—Estoy afuera, Skywalker. —Aquellas 3 palabras me hicieron sonreír y con nervios de una chiquilla fuí hasta la sala, me paré en frente de la puerta y abrí con una sonrisa, y ahí estaba él.


—Buenas noches, Cocotero Violeta.


Ian lucía radiante, su cabello era una maraña de pelos violeta y lo hacía ver desafiante combinado con su altura kilométrica, aquél hombre medía casi 2 metros. Llevaba una playera negra, jeans del mismo color y unas tenis blancas. Su sonrisa era cálida y sus ojos estaban brillantes. 


Ian era como el vino, mientras más pasaban los años más sabroso se veía. Y hablando de vinos él llevaba una botella en su mano y en la otra su maleta. 


—Buenas noches, señorita Skywalker. 


Le dejé pasar y juntos fuimos hacia el sofá negro que estaba en mi sala. (No sin antes cerrar la puerta) pero antes de que él se sentará dejó el vino en la mesita y la maleta en el suelo y me atrapó en sus brazos y me abrazó fuerte. Respiré el aroma de su perfume el cual era un exquisito deleite, y aunque fuera más alto que yo, abracé su cintura y con una sonrisa lo miré al separarnos un poco. 


—¿Y si me haces caballito? —Le sugerí coqueta. 


Él no perdió tiempo y me alzó en sus brazos pero en lugar de estar en su espalda yo rodeé su cintura con mis piernas y pegué mis tetas a su pecho, mis manos rodearon su cuello por detrás y su boca y la mía estaban a pocos centímetros. 


—¿Aún me deseas? —Le pregunté observando sus labios mojados. Yo relamí los míos y después miré sus ojos claros.


—¿Acaso no es obvio? Pequeña. —Dijo él antes de besarme.


Aquel fue un beso apasionado, cargado de erotismo, sentimiento y de reencuentro. Un beso que sólo dos amantes pueden darse y conectar en tan sólo un click. Porque éso habíamos sido, fuimos amantes en el pasado pero en aquel entonces tuvimos que separarnos, pero ahora ya no quería éso, lo quería en mi vida para siempre.


El besó se detuvo para que ambos pudiéramos respirar y es que mi pecho subía y bajaba por la excitación del momento. Ian besó mi cuello y sentí cosquillas por todo mi ser.


—Sientate en el sofá, Ian. —dije y poco después él me dejó en el suelo.


Él también lucía agitado y éso era excitante. Me quité lentamente el vestido negro que llevaba puesto y le mostré mis tetas en un sujetador oscuro, y llevaba unas bragas rojas de encaje. En mis tiempos libres iba al gym por lo cual mi cuerpo en ése momento estaba en su mejor punto, abdomen plano y tetas firmes. 


—Te la voy a chupar y quiero probar tu leche, te extrañé, Ian. —Dije sin despegar mi vista de sus ojos y éso a él le gustó.


—Te voy a llenar toda esa carita y tu boca, pervertida.


Me arrodillé al frente de él y le desabroché sus jeans, con su ayuda le bajé su ropa interior y el jeans hasta los tobillos. Con mi mano tomé su erección y comencé a masturbarlo lentamente. 


—Qué rica la tienes, Ian. —poco después de haber dicho éso introduje su verga en mi boquita. Lo ví cerrar los ojos por un momento y después me miró a mí. Con su mano sujetó mi cabello y comenzó a follarse mi boca. 


Con su verga por completo en mi boquita la pude chupar muy bien, pero claro aquello era un reto, meterla por completo era casi imposible. La saqué de mi boca para luego lamer sus testículos, después su base y por último chupé con mucho gusto su glande. El juego duró varios minutos hasta que él me anunció que se correría y éso sólo hizo que la sujetará mientras me llenaba la carita y después el resto lo tragaba yo con todo el gusto. 


—Eres mi puta, Skywalker.


—Soy tu puta, Ian. Siempre lo seré. 


Con los ojos cerrados para no llenarme de semen, me levanté del suelo con su ayuda y me senté en el sofá.


—Busca algo para limpiar mis ojos, no quiero quedar ciega cómo la otra vez. —Le dije y éste se echó a reír.


—Jajaj es que sólo a tí se te ocurre abrirlos con leche en la cara, pinche Skywalker. —Ian se levantó del sofá.


—En la cocina hay toallas, ve que me siento como un ponquesito remojado. 


Sentí sus pasos alejarse y me contuve para no reírme. Poco después llegó y me entregó una toalla. Limpié bien mi cara y después abrí los ojos para encontrarmelo a él desnudo y precioso.


—Mange-moi? —dije en francés y me recosté en el sofá con las piernas abiertas. Mi vagina se había humedecido y sus jugos mojaban mis bragas. 


Ian sin perder tiempo fue él quién se arrodilló esa vez y me quitó la bragas. Yo desajusté mi brasier y mis pezones rosas estaban duros.


Necesitaba de su atención. 


Ian me quitó mis tacones y fue acariciando desde la punta de mis pies hasta ir recorriendo mi pierna, el muslo y llegó hasta mi vagina. Rodeó con sus dedos ésta y siguió subiendo hasta llegar a mi abdomen, luego mis pechos y con su mano acarició uno. Se inclinó y tomó con su boca mi pezón.


—Qué rico... —dije y toqué su cabello mientras él chupaba aquella zona rosa y después fue por el otro. Con sus manos juntó mis pechos y los chupó ambos. Si había algo que a él le gusta eran mis grandes tetas. 


Cuando dejó de chupar ahí, sus labios fueron recorriendo mi abdomen y bajó hasta mi sexo, ahí tuve que cerrar los ojos y dejar escapar un gemido cuando con su lengua estimuló mi clítoris. Con sus manos separó bien mis piernas y con su cabeza metida entre ellas disfruté aquella vista. 


Ian de rodillas era exquisito.


Él lamió mi vagina de diferentes formas y mientras más me chupaba más me excitaba y más húmeda me ponía, y es aquel aquella hábil lengua no tenía competencia alguna. Me dejé llevar por sus caricias y en un ronco gemido me corrí sobre su boca. Ian se levantó del suelo y besó mis labios. Aquello era sucio, pecaminoso y tal cómo nos gustaba a ambos. 


—Te voy a montar, Ian. Saltaré sobre tu verga. Te quiero sentir. —dicho éso, él se sentó en el sofá y yo me senté sobre su verga la cual estaba erecta de nuevo. Cerré los ojos y esperé acostumbrarme a su tamaño. Coloqué mis manos sobre sus hombros y después comencé a moverme y disfruté de su mirada, a él le gustaba ver mis tetas saltar.


—Te has vuelto más perra. —Dicho éso haló mi cabello hacia atrás y con mi cuello expuesto lo besó. Yo seguía subiendo y bajando de él. Me gustaba cuando se ponía agresivo. 


—Ahorcame, idiota. —dije para provocarlo. Éste sujetó mi cuello con una mano y éso me excitó el doble. 


Cerré los ojos y continúe moviendo mis caderas, todo estaba tan mojado y el sonido de nuestras respiraciones agitadas sólo hacían que mi deseo por él aumentará. 


—Ponte en 4, Skywalker. Te voy a coger a tí, perra. —Dicho éso me retiré de él y después me puse en 4 sobre el sofá, con mis piernas bien separadas lo esperé. Ian colocó su pene en la entrada de mi húmedo sexo y se abrió paso deprisa logrando arrancarme un grito por su brusquedad.


Con una mano sujetaba mi cabello y con la otra nalgueaba mi blanco trasero. —Di que eres mía... Dilo.


Me resistí a decirlo y eché mi cuerpo hacia atrás logrando con ello que su pene entrara por completo en mi vagina. Él volvió a nalgearme con más fuerza. Chillé ante éso y las lágrimas picaban en mis ojos.


—Soy tuya, soy tu puta, soy tu perra. Soy toda tuya, Ian. —Ian me dió una última nalgada y luego comenzó a cogerme con fuerza, con profundidad y brusquedad. Cómo a ambos nos gustaba. 


La línea entre el placer y el dolor era muy delgada, pero excitante.


Dejé mi rostro sobre los cojines del mueble y palabras incoherentes salían de mis labios, aquel hombre me follaba como si fuese su juguete y como buena puta no protestaba y disfrutaba de cada embestida. Su agarré en mi cabello era fuerte y en una de esas bofeteó mi rostro y aquello me encantaba. Con mi mejilla adolorida y mi vagina chorreando mis jugos me vine gritando su nombre, porque sólo había un hombre que me hacía sentir así, Ian.


—Ian... Por favor... 


Proulx se vino en mi interior derramando toda su leche en mi caliente vagina, dejándome toda mojada y complacida. 


—Ay pinche, Skywalker. —Ian se dejó caer sobre mí y besó mi espalda. —Cómo me encanta cogerte y dejarte toda llena de leche. 


Sentí su mano tocar mis nalgas adoloridas. Apretó una y después se salió de mi interior. Aún con su peso sobre mí suspiré. No me quedaban ni ganas de hablar. Tenía tiempo que no cogía y aquel hombre me dejó frita.


—¿Qué has hecho todo éste tiempo sin mí? 


Su pregunta me tomó sorpresa. Él se levantó y se sentó a mi lado, yo imité su acción pero sentía como nuestros fluidos salían de mi vagina. Estaba haciendo desastre con mi sofá pero ¿Qué importaba ya? Lo miré a sus ojos. Ambos luciamos como un desastre después del sexo. 


—Logré independizarme, me gusta mi nuevo empleo y dentro de poco publicaré un libro con una editorial, estará en español e inglés. 


Hablamos un poco sobre lo que ambos habíamos hecho ésos últimos 3 años. Él había estado con la chica misteriosa que le gustaba de aquel tiempo, aunque no funcionó como él quería. Yo le comenté sobre mi separación y la paz que trajo a mi vida.


Ian con su mano tocó la piel de mi hombro y después mi pecho izquierdo, dónde yo tenía un lunar. Con sus dedos acarició mis pezón y éso hizo que se pusiera duro de nuevo.


—Yo las veo más grandes. ¿Qué estás haciendo para que cada vez crezcan más? Joven Jedi. 


Sonreí ante su comentario y luego tomé sus manos e hice que agarrara ambos pechos.


—Nada. Simplemente crecen y lo mejor de todo es que crecen a la par. Sientelas. 


Ian apretó mis pechos y eso hizo que saliera un pequeño gemido de mis labios.


—Me gusta escucharte. —Él me obligó a recostarme sobre el sofá y después comenzó a lamer mis tetas. —Y me gustan tus tetas. Me casaría con ellas...


Lamió un pezón, le dió un ligero mordisco y después hizo lo mismo con el otro. Sentí dos de sus dedos tocar mi vagina y después los metió adentro. Comenzó a masturbarme y cerré los ojos.


—Más... Sigue. —Jadeé excitada. Aquel hombre me ponía como una moto en segundos. 


Abrí mis piernas y él siguió follandome con sus dedos. Después los sacó de mi vagina y los metió en mi boca obligándome a probar su semen y mis fluidos. Chupé sus dedos con gusto y sin despegar mi mirada de la suya seguí chupando.


—Qué rico. —Dije y después solté una pequeña risita. —¿Quién diría que yo amaría tanto tu leche? Me gusta porque sabe a tí y es calentita. ¿Vas a llenar mi boquita de nuevo? Ian. —hice un puchero y él besó mi boca. 


Él sin decir nada se levantó del sofá y metió su verga en mi boca. Probé los restos de su semen y aquel sabor me tenía contenta. Chupé con gusto su verga hasta que él habló: 


—Eres tan puta y éso me encanta. Ponte en 4 de nuevo, Sky. 


Le obedecí y él metió su boca en mi vagina, chupó todo y mientras yo gemia de placer sentí cómo uno de sus dedos entraba en mi ano. Aquello era tan sucio, tan excitante y perverso que nuestros jugos goteaban de mi coño.


Su lengua seguía lamiendo mi vagina hasta que la sentí en mi ano y chillé de placer. Poco después sentí la cabeza de su pene empujar en mi pequeña entrada hasta que la metió de golpe. 


—Dí que eres mía... Dilo.


Una de sus manos sujetaba mi cuello y la otra mi cintura mientras me embestía con fuerza mi culo. De mi boca sólo salían gemidos y algunos chillidos con aquel ritmo no salía nada coherente de los labios.


—Soy... Soy tuya... Ian. ¡Ah! 


Él complacido con mis palabras continúo cogiendome con fuerza hasta que volvió a correrse dentro de mí y con un gemido ronco se dejó caer sobre mi espalda de nuevo. Con el corazón aún agitado me acomodé de lado para que así su peso recayera en el sofá y no todo en mí. 


—Ahora sí siento que me mataste. —suspiré profundo y miré sus ojos. A ésas alturas yo debía estar roja como un tomate y con mis ojos brillosos por las lágrimas.


—Todavía te veo viva, Skywalker. —bromeó él y sonreímos.


—Sabes a qué me refiero. 


Ambos nos dimos la vuelta y quedamos boca arriba en el sofá. Él con un brazo debajo de su cabeza y con la otra mano sobre su abdomen. Me acomodé de lado y toqué su pecho. Quería sentir su calor.


—Aunque no te gustan las cosas cursis extrañé tenerte así a mi lado. 


Miré su rostro el cual lucía en calma, inclusive animado. Tenía gotas de sudor en tu rostro y lucía tan sexy. Con mis dedos limpié su frente y luego dejé un pequeño beso en su mejilla.


—También extrañé ésto. Eres buena para seguirme el ritmo. ¿Quién diría que ése pequeño cuerpo resistiría tanto? 


Su comentario me hizo soltar una carcajada.


—Chiquita pero peligrosa. —Me levanté del sofá y lo invité a levantarse. —Vamos a ducharnos, después limpiamos éste desastre.

Juntos salimos de la sala y fuimos a mi habitación.


Mi habitación era más o menos grande. Paredes blancas, un ventanal grande y daba paso a una pequeña terraza, afuera había una mesita y dos sillas. Ahí solía tomar el café de las mañanas y en mis noches solitarias tomaba un vinito o unas cervezas mientras veía la luna. 

La cama era queen size, sus sábanas eran blancas y los cojines grises, una alfombra grande y de pelitos estaba en el suelo y su color era negro. Un peinador blanco y un espejo gigante con focos estaban en una pared. Las puertas de mi armario eran negras y también tenían espejos. Y en una esquina de la habitación estaba la cama pequeña de mi gata y ahí se hallaba ella observandonos.


—Está linda tu gata. —Dijo Ian detrás de mí.


—Athenita es una preciosura. 


Entramos a una puerta que daba al baño y juntos ingresamos a la ducha, también había una tina blanca en la cual a veces me masturbaba cuando me sentía estresada. 

La lluvia artificial caía sobre ambos. Busqué el jabón líquido y le dí a él, agarré un poco para mí y comencé a tallar mi cuerpo. Ambos quitamos los restos del otro de nuestras pieles y ya cuando pensaba salir de la ducha él me acorraló y tomó mi boca. 

Aquel beso fue largo, lento y lleno de muchos sentimientos. Mis ojos oscuros se llenaron de lágrimas y no quise separarme de él. Pegué mi pecho al suyo y la lluvia borró mis lágrimas. Sus labios se movían sobre los míos y nuestras lenguas danzaban en sincronía. Sentir su piel contra la mía era aquello que necesitaba. Ése grandulon me daba una paz que no había sentido jamás con nadie. 


—Te quiero, Skywalker. —dijo él después de aquel arrebatador beso.


—Yo te quiero más a tí, Ian. —Con los ojos cerrados sentí otro beso pero en mi frente.


Poco tiempo después cerré la llave y salimos de la ducha envuelto en toallas rosadas. 


(...)


Ian se sentó en mi cama y lucía gracioso con la pequeña toalla rosa alrededor de su cintura. En cambio en mi cuerpo la toalla de veía más grande y cubría desde mis pechos hasta mis rodillas. Caminé hacia el closet y saqué ropa limpia. Unos jeans azulados con bota de campana, un top lila (éste iba sin bra) y un par de sandalias con tacón lilas. 


—¿Qué tal me veo? —Me di una vueltecita y pegué un saltito para que viera cómo rebotaban mis tetas en aquel top.


—Provocativa. Tus pezones se marcan en ésa fina tela. —Me acerqué hasta él y tomé sus manos y las puse en mi cinturita.


—Ésa es la idea, Cocotero. —Dejé un beso en sus labios. —Ahora ve a vestirte, saldremos. Tengo una sorpresa. Créeme que después de lo que hicimos lo último que haré será cocinar, éso podemos dejarlo para mañana. 


—Coincido contigo, mañana haremos panqueques. —Ian se levantó de la cama y salió de la habitación. Supuse iría por su ropa.


Caminé hacia el peinador y arreglé mi cabello el cual estaba un poco enredado, utilicé el secador y por último la plancha para alisarlo. Un truquito que estaba usando era que tenía extensiones rubias y ellas me llegaban casi a las nalgas, así que mi melena lucía radiante. Me apliqué una capa de maquillaje y utilicé mi perfume favorito. 


—Athenita. —Miré hacia mis pies y ahí estaba mi gata bicolor. Maullaba en busca de atención. La cargué y le dí un beso en su peluda cabeza. —Pinche Athenita, ya te daré tu comida, gata loca.


Salí con Athena en brazos y ví a Ian observando un cuadro que estaba en mi sala de estar. Ya él estaba vestido y tenía una playera blanca. La sala estaba en orden y nuestra ropa doblada sobre un mueble.


—Ése cuadro lo hice traer de mi país. —Hablé detrás de él. —Yo lo pinté cuando tenía 16 años, fue para una clase de pintura que tuve en la secundaria, pero me gustó tanto que nunca me deshice de el. 


El cuadro era un árbol negro, el fondo eran varios tonos en degradado, rojo, azul, amarillo y negro. También tenía círculos negros y lucía lúgubre. No era perfecto pero me gustaba lo que sentí cuando lo pinté. En aquella pintura mostraba una parte de mí. Aquel árbol estaba sin hojas, sólo su tronco negro, y cada rama parecía querer agarrar algo pero no podían, el árbol estaba muerto.


—Está lindo, ¿Utilizaste pinturas escolares? 


—Pintura al frío. Algo así como tempera pero de mejor calidad. Mancha bastante ésa pintura y lo supe porque manché mi uniforme escolar. —Solté una risita al final y luego fui hacia la cocina. 


Abrí un gabinete y dejé a Athena en el suelo, después saqué su plato especial y le dejé alimento gatuno. La gata como buena golosa comenzó a comer y después fui por su agua. Se la dejé al lado y salí de la cocina. 


—¿Estás listo? Yo ya lo estoy, sólo iré por mi bolso y mis llaves. 


Ian asintió y fuí a mi habitación. Cambié de bolso ya que en el blanco estaban mis cosas y debía llevar uno negro pequeño con mariposas lilas. Agarré las llaves de mi departamento, las llaves de mi auto y salí hacia la sala. Olía delicioso, Ian se había aplicado perfume. Como una pendeja fui hasta él y juntos salimos de mi departamento.


—¿Realmente crees que voy a estrellar mi auto? —Le dije mientras iba conduciendo. Ian no confiaba en mis habilidades al volante. —Qué mala suerte sería estrellarlo teniéndote a tí de copiloto. 


Me reí de él y avancé por la calle. Eran las 8:00p.m. A ésa hora un fin de semana las calles estaban concurridas. Encendí la estéreo del vehículo y cuando me iba a poner a cambiar canales Ian tomó el control del estéreo.


—Yo elijo, tú conduce. —Su tono de voz me hizo gracia. Desde que se había subido al auto estaba serio. ¿Ya empezó con su bipolaridad? Se había tardado.


No dije nada y seguí en lo mío. Mientras él iba cambiando de estación en estación halló una canción que me gustaba mucho.


—Deja ésa. 


Ian obedeció y dejó la canción sonar. Era Jealousy Jealousy de Olivia Rodrigo.


—I'm so sick of myself. I'd rather be, rather be anyone, anyone else. My jealousy, jealousy started followin' me...


Aquella canción era tan pegajosa y años atrás cuando había salido había pegado bastante en la radio. La canté a todo pulmón sin importar mi terrible voz para el canto y sólo podía sentir la mirada de cierto guapo y pendejo hombre en mí.


Ví que ya faltaba poco para llegar al sitio donde estaba mi sopresa y me sentí nerviosa. 


Vaya que yo era una pendeja de primera, primero le preparaba una sorpresa y al último minuto me sentía nerviosa y ansiosa de ver su reacción. Él no era de ser muy romántico pero a mí me sobraba ser tan ridículamente romántica y detallista. Cuando llegué al portón de la casa ví que estaba George el señor que cuidaba la caseta. 


—Buenas noches, George. —El señor me reconoció y sonrió.


—Buenas noches, señorita Meredith. Pase adelante. 


El moreno abrió el portón eléctrico e ingresé. La casa era de una amiga y ella ahorita se encontraba de vacaciones, me la había prestado una semana con la condición que se la dejaría igual de limpia. Yo por mi parte había organizado que trajeran unas cosas para Ian y para mí y así disfrutar de su compañía la semana que pasaría conmigo en Estados Unidos.


Avancé hacía el garaje y estacioné. La casa era grande por poco y era una mansión, pero en comparación a otras que ya había visto ésa casa era pequeña. Ambos bajamos del vehículo y lo guié hacia la entrada. 


—Bienvenido a la guarida Jedi. —Le dí una sonrisa y éste por fin se animó a sonreír. 


Lo guié por una puerta y fuimos caminando por un pasillo. Mi amiga Fernanda era esposa de un empresario, y la historia de cómo nos habíamos conocido era larga pero el resumen es que nos volvimos incondicionales y gracias a ella había conseguido firmar con una editorial. Faltaba poco para que uno de mis sueños se cumpliera y éso me tenía de buen ánimo. 


La casa tenía una decoración moderna, algo minimalista y todo en blanco, grises y negro. No muy diferente a mi habitación la diferencia es que a mí si me gustaba llenar los espacios con cosas, y es que el estilo minimalista se me hacía tan vacío. Lo llevé hacia el patio y ahí estaba la sorpresa. Una mesa grande con una decoración romántica de rosas y velas. (Está bien, los sirvientes de Fernanda se habían pasado con los detalles) aquello parecía como si le fuera a pedir matrimonio a Ian e intenté no reírme mientras lo veía observar todo.


—Sientate, señor Proulx. En poco tiempo llegará la comida. 


La luces de las velas le daba un toque lindo a la mesa. Habían pétalos de rosas alrededor de los platos y una helera con vino blanco. Observé la piscina y el agua lucía sabrosa. Las luces LED de la piscina eran rojas. Saqué mi teléfono de mi bolso y le envié un mensaje a Martha la cual era la cocinera de Fernanda. Poco después llegó con unas bandejas y sirvió todo en los platos blancos.


—...Ensalada de frijoles con vinagreta balsámica.—Dijo Martha cuando sirvió los primeros platos. —Como plato principal Salmón asado al estilo mediterráneo. —Aquello sí me pareció sabroso y más con las rodajas de limón y aceitunas encima.


Si había algo que yo amaba en éste mundo era el salmón y el pescado pardo.


Si algo le quedaba claro a él es que yo no sabía mucho de cocina pero, recordaba muy bien que a él le gustaba la comida mediterránea además de que su forma de comer cumplía una dieta y éso era genial. Por mi parte yo solía comer de todo un poco, aunque desde que había empezado el gimnasio me había comenzado a limitar con el consumo de grasas y azúcar.


—Debo admitir que sí me has sorprendido, pequeña. Ésto está delicioso. —Él habló luego de probar el salmón. 


A mí me gustaba guardar silencio cuando estaba comiendo. Y es que para disfrutar la comida no se debe hablar. Aunque no estábamos en completo silencio, había música de fondo y el playlist que había escogido me traía buenos recuerdos. Las veces que él y yo hablábamos y poníamos canciones.


—También hay postre, ¿Te gustaría probarlo? —le indiqué poco después que finalizaramos de comer. Yo tenía una copa de vino blanco en mi mano y después le dí otro trago. 


Llevaba varias copitas de más pero como no debía manejar de regreso éso no era un problema. Él me observó y luego llevó su mano sobre la mía. 


—Sabes que eres especial pero...


Con mi mano libre le hice señas de que guardará silencio.


—No... No quiero ningún "pero", simplemente dejemos fluir las cosas. Yo sólo quiero que ésta noche sea especial, que éste reencuentro signifique algo. 


Me liberé de su mano y le envié a Martha, ya después del postre la casa quedaría sólo para ambos. Realmente quería pasar una noche especial con él. Si después de ello se volvía a ir de mi vida al menos tendría ése recuerdo tan bonito.


—Espero les haya gustado todo. De postre para ustedes tengo pudin de frutas, trae uvas pasas, manzanas y limón. —Martha con una sonrisa sirvió el postre y luego se fue a la cocina. Ya le tocaba irse así que quién recogería los platos al final de comer sería yo.


Yo adoraba el pudin y el que hacía Martha era muy bueno. 


Traté de alejar malos pensamientos de mi mente en lo que saboreaba las frutas pero la incertidumbre me podía más.


¿Qué estaba pensando Ian? 


—Skywalker, lo que quería decirte es que sí me gustaría estar más tiempo contigo. —Me miró a los ojos y yo quedé muda y con la cuchara a medio camino de mi boca. —Ambos hemos hecho vidas a parte, si queremos estar juntos debemos planificar lo nuestro, sí vienes conmigo o...


Éso era cierto. Él tenía ya su vida hecha a kilómetros de mí, y yo había empezado a tener mi pequeño hogar en Estados Unidos. Mi departamento, mi auto, mis cosas estaban acá. 


¿Yo dejaría todo por él? 


La respuesta era obvia.


—Quiero estar contigo. —Ahora fuí yo quién tomó su mano. —Quiero despertar cada mañana contigo, y que seas la última persona a la cual mirar por las noches. Qué me veas dormir cuando tú tengas insomnio y quién me acompañes a hacer panqueques antes de ir a trabajar. Yo no quiero algo corto, yo quiero una eternidad contigo, Ian.


Acaricié sus dedos y después ví sus ojos claros. 


—No quiero ser una más, no quiero ser sólo otra de tus amantes. No te pido que las dejes a ellas, sólo te pido que estemos juntos, vivir juntos. Ver qué puede funcionar con ambos porque en todo éste tiempo jamás conocí a alguien como tú.


—Yo tampoco he conocido a otra como tú.


Me levanté de la mesa y fui hasta él. Me senté sobre sus piernas y coloqué mis manos detrás de su cuello, dejando mis pechos a la altura de su rostro.


—Si me quieres como yo te quiero hazme tuya de nuevo. Porque sólo quiero ser tuya.


Ian no dijo nada, tan sólo juntó sus labios con los míos y ahí estaba la respuesta que quería. Porque aunque podían pasar años e igual lo que sentíamos no se iba a romper. Por más personas que llegarán a nuestras vidas, lo de nosotros era diferente. Porque era un cariño alejado de los celos y el resentimiento. Yo a él lo amaba y aceptaba tal cual era, y si su bienestar era lejos mío debía aceptarlo y viceversa.


Aquel beso fue de entrega, de entrega total. Uno apasionado, cargado de lujuria y mucho deseo. Con su ayuda me quité el top dejando mis pechos desnudos para él. Con su boca tomó un pezón, lo lamió y chupó y se sintió tan bien, tan cálido. Le dió su merecida atención al otro pezón y después se levantó de la silla cargando mi cuerpo con él. 


—Vamos al sofá de allá... —dije entre besos. Cerca de la piscina había un sofá playero grande y en aquel lugar podíamos recostarnos y coger sin pudor alguno.


De fondo sonaba una canción de Aerosmith "Angel". Todo se sentía tan bien que casi quería llorar.


You're my angel come and save me tonight... You're my angel come and make it alright...


Él me ayudó a desvestirme e igual lo hice con él. Su cuerpo, la luz de la luna sobre ambos, y el frío de la noche era una combinación perfecta ya que con su calor corporal podía apagar el frío que sentía. Ian era calidez en mi mundo tan frío. 


—Te quiero tanto que... —Dejé la frase a la mitad cuando sentí su boca lamer mi sexo húmedo. Llevé mis dedos a su cabello y gemí cuando movió su lengua sobre mi clítoris. El trazaba círculos sobre el y me sentía tan cerca de rozar el cielo o muy bien el infierno por aquel reencuentro tan cargado de lujuria. Ian era fuego, pasión y oscuridad.


—Más... Más... —pedí embriagada de deseo. Con mis piernas bien abiertas y temblorosas al poco tiempo me vine sobre su boca color sandía. Ví sus ojos mirarme fijamente y sonreí. Aquellos ojos claros estaban llenos de deseo. 


Ian tomó su verga y jugó con la entrada de mi húmeda y caliente vagina. Un pequeño hilo de excitación se escurría de mi vagina y llenaba su pene.


—No me tortures, cógeme. —Con mis manos acaricié mis tetas mientras él jugaba con mi entrada mojada. 


La voz de Avril Lavigne nos acompañó en una dulce melodía cuando Ian decidió hundir por completo su verga en mí. Casi pude reírme porque la canción era tan cursi que tuve sonreír y después mordí mi labio inferior cuando lo sentí totalmente dentro de mi interior.


—Ah... Me encanta. Me encantas. —Dijo él sobre mis labios y después me besó.


El ritmo de sus embestidas eran de ensueño. Con él no habían pausas dramáticas, él sabía cómo me gustaba y me lo daba sin quejas. Rudo, brusco, agresivo, apasionado e inclusive doloroso. Arañé su espalda marcandola con mis uñas largas y besé su boca hasta probar el sabor metálico de su sangre. 


—Call out my name... —Susurré cuando nuestras bocas tomaron distancia. Aquella sexy canción estaba sonando de fondo en ése momento.


Ian tomó mi cuello con su mano y me cortó la respiración. Lo miré fijamente mientras mi vista se nublaba. Sus embestidas contra mi cuerpo seguían. Entraba, salía y entraba con rudeza. Cuando soltó mi cuello sentí una bofetada en mi rostro y sonreí con mis dientes llenos de sangre. 


—Hijo de puta. —Dije entre risas. Me había dolido pero a su vez me encantó. 


—Aquí la puta eres tú... Vamos dilo. ¡Dilo! —Él se detuvo en espera de escuchar lo que quería. Y no me seguiría cogiendo si yo no hablaba.


Sujeté su cintura con mis piernas, a ése tipo nadie lo iba sacar de mí. 


—Soy tu puta. —dicho éso él retomó su ritmo sacándome varios chillidos. —Ay no... Contigo... Es difícil... ¡Ah! 


Me dejé llevar por su ritmo y cuando creía que iba a estallar de placer sucedió... Me vine gritando su nombre porque él... Era el único. Ian por su parte siguió cogiendose mi cálida y húmeda vagina hasta que derramó su semen caliente y espeso en mi interior. Con sus manos acarició mis tetas y después se dejó caer a mi lado. Ambos miramos hacia el cielo y busqué su pecho y dejé mi cabeza ahí. 


—Te quiero, Ian. 


Él aguardó en silencio unos minutos hasta que agarró una de mis manos y le dió un beso. Sonreí ante éso y después cerré los ojos.


(...)


Sentía frío, me dí la vuelta y tropecé con algo grande y cálido. Me pegué a él sin saber qué era y después sentí un brazo rodearme. 


—Mmm... —Metí mi cabeza debajo de una sábana y me hice bolita al lado de aquel bulto enorme. Cuando abrí los ojos me dí cuenta que quién estaba a mi lado era Ian.


—Buenos días. —dijo él con su voz ronca.


Noté que ambos estábamos en una habitación y seguíamos desnudos pero con una sábana cubriendo nuestros cuerpos. 


—Maia, yo no sé si tú te duermes o es que te desmayas. No sentiste ni cuando te cargue hasta acá anoche. —Ian lucía sorprendido. —Hasta duermes con la boquita abierta. 


Hice un puchero. ¡Me había visto dormir! Ay no...


—Yo a veces tengo el sueño pesado. Iré al baño, si no voy estallo. Coñooooo. —Me levanté de prisa de la cama y corrí hasta el baño. Necesitaba orinar o me haría encima.


(...)


Ya con la boca limpia y el cuerpo aseado fui hasta la cocina con una bata de baño blanca cubriendo mi desnudez. Ian también llevaba una bata de baño e íbamos a preparar panqueques. Su piel morena era un encanto para mis ojos.


La luz del sol se colaba por los grandes ventanales de la cocina y pude notar que él había lavado los platos de anoche. 


—¿A qué hora despertaste? ¿Los lavaste anoche o fue hoy? —Le pregunté en lo que buscaba la harina en los gabinetes.


—Después que te recosté en la cama fui a lavarlos, éso de dejarlos así hasta el otro día no me parecía, pero tú te habías quedado profundamente dormida. Te veías tan tierna con la boca abierta, hasta tenías saliva. Te tomé fotos.


Abrí mis ojos en señal de sorpresa y vergüenza. No lo miré a la cara y seguí buscando los ingredientes del desayuno.


—Skywalker. No te dan vergüenza otras cosas conmigo pero ya veo que te avergüenza mucho que te haya visto dormir. Ven... Ven acá. —Ian abrió sus brazos para mí. 


Fui a pasitos lentos hasta él. Ian me sentó sobre la mesa de la cocina y se metió entre mis piernas. Con sus manos tomó mi rostro y sonrió.


—Estás toda roja. ¡Ay! Qué tierna. —dejó un beso en mi nariz y luego uno en cada mejilla. —¡Y te pones más rojita! Quién diría que serías tan... Tan tierna. —besó mi boca y después mi frente. —Ahora sí, a preparar el desayuno. 


Me bajó de la mesa y después preparamos los panqueques hablando sobre la comida de ayer. A Martha todo le había quedado delicioso. 


—En Venezuela los solemos comer con mantequilla Mavesa, quesito rallado y ya. —Le comenté mientras rallaba queso mozzarella. —No me acostumbro a cómo los comen los gringos. Le echan miel de Maple y hasta chocolate. No creo que así deba ser de desayuno. ¡Mucha azúcar! 


—Bueno, cada país tiene una gastronomía diferente. Tampoco me gustan los desayunos dulces. —Ian caminó hacia la cafetera e hizo café negro. 


Si yo no tomaba mis tazitas de café en la mañana mi humor se iba a poner bien negro. 


—Al menos yo no le echo tanta azúcar al café o los panqueques. —Llevé nuestros platos a la mesa de desayunar y me senté en mi banqueta alta. A mí lado se sentó él y traía consigo nuestras tazas. 


Le dí un trago a mi taza y vaya qué si le quedaba bien el café. 


—Está tan rico que podría ser mi segundo café favorito en el mundo. 


Ian me observó con curiosidad. Lo ví comer y awww su carita. 


—¿Quién se lleva el primer lugar? —Lo dijo sin ningún tipo de celos. Su voz estaba relajada. Pero su mirada lo delataba, tenía curiosidad genuina.


—Mi papá, mi papá hace el mejor café, aunque a veces también mi mamá. Así que no sé si tienes el segundo o tercer puesto, Cocotero.


Dejé la taza sobre la mesa y comí los panqueques en silencio. 


—¿Al final te ligaste cómo tanto querías? —Aquella pregunta me tomó por sopresa que casi me ahogué con un trozo de queso.


—Ah... No... No. —Le dí un sorbo al café y después nerviosa miré mis uñas. Las tenía de color rosa pastel. —En realidad dejé de usar anticonceptivos hace tiempo.


Un momento de silencio y después lo oí ahogarse a él. Traté de no reírme a causa de los nervios y después me levanté para buscar más café. Llené ambas tazas y más calmada le dí unos sorbos, seguía caliente.


—¿Me tomo las pastillas o no lo hago? —Lo miré a los ojos y éste me observó en silencio por unos segundos que se me hicieron eternos.


—No, si no quieres no lo hagas. Lo que tú decidas.


Asentí y luego llevé los platos vacíos hacia el fregadero y los metí en el lavavajillas. Aún nuestras tazas estaban llenas de café por lo que no las metí a lavar. 


—No lo haré. No las tomaré.


—¿Lo tenías pensado antes de que viniera? ¿Lo habías tenido en mente mientras teníamos sexo? —Él se levantó de su silla. 


—Yo... Yo sólo quería algo de tí para siempre. Entonces, pensé que sería buen momento para tener una bebé. Porque si igual no querías yo puedo cuidarla. Pero si no quieres no hay problema. Igual puedo tomar las pastillas....


—Si no quieres no, no lo hagas. Sabes que no te obligaré a hacer algo que no quieres... Sólo que debiste consultarlo conmigo antes de que nos acostaramos. Al menos decir "Ian, quiero tener un bebé". Algo que debíamos hablar primero, no después.


—¿Estás enojado conmigo? 


—Sí, pero no porque no quiera tener un bebé contigo, es sólo que... Ah. Debiste preguntarme primero. —Ian lucía consternado. Él se estaba conteniendo. Realmente estaba molesto.


—Sí, debí preguntarte primero. Yo... Necesito estar sola. 


Salí de la cocina sin mediar otra palabra y fuí a la habitación. Cerré la puerta y me recosté en la cama. 


Necesitaba relajarme, ya me sentía muy mal. Había actuado mal pero a pesar de ello no me iba disculpar. Cerré los ojos y cuando estaba a punto de quedarme dormida sentí que tocaban la puerta.


—Maia, abre la puerta. Debemos hablar. 


—¿Vamos a pelear? —Pregunté con voz ronca. Tenía un nudo en la garganta y lo que menos quería era llorar.


—No, no vamos a pelear. Ven, ábreme. 


Dudé un segundo pero después me levanté y le abrí. Éste entró y tomó mi mano. Me llevó hacia la cama y nos miramos.


—Vamos a tener un bebé, las probabilidades de que quedes embarazada después de todo lo que hicimos ayer son de un 99%, si vamos a hacer ésto debe funcionar. ¿De acuerdo? Así que no vuelvas a encerrarte, no me gusta éso. 


—Está bien, no lo volveré a hacer. ¿Sigues muy muy muy enojado conmigo? —Pregunté con mis voz bajita. Él tomó mi mano y la acercó a su mejilla. 


—No, no lo estoy. Ya no. Entiendo por qué lo hiciste. —Llevó mi mano a sus labios y la besó. —Skywalker va ser una buena mamá. 


Sonreí y después lo abracé. Sabía que a él no le gustaba mucho el contacto físico pero yo quería sentirlo cerca de mí. Besó mi frente, mis mejillas y por último mis labios.


—Oye, sí te tienes que mudar conmigo. Mi casa es grande y ahí puede estar él o ella. 


—Pues claro, no lo iba a dejar acá.


—Te hablo en serio, no te burles, chistosita. —Él pellizcó mi mejilla e hice un puchero.


—Me gusta hacerte molestar. 


—¿Ah sí? Hay que castigarte por ésa mala costumbre. Acuéstate boca abajo sobre mi regazo. Hay que castigarte, pequeña Jedi.


Le obedecí y él alzó mi bata dejando mi culo desnudo a su vista. Acarició una nalga y después le dió una palmada suave. Repitió la acción varias veces pero subiendo la intensidad hasta que dejó rojas ambas nalgas. 


—¡Ah! Sí... He sido muy mala. —dije y mi sexo se estaba humedeciendo. No había cosa que me pusiera más excitada que a qué sus manos me golpeasen.


—Tu castigo será nada de sexo, Skywalker. Eres una adicta. —Ian me levantó de sus piernas y me dejó con las ganas.


—No... No. Iaaaaan. 


—Nada, sin protestas. Estás castigada hasta nuevo aviso. Y comportese tiene a un futuro Jedi en camino, así que relájate y no hagas berrinches. 


Me reí con lo último y fue difícil no sentirme tranquila y feliz en ése momento. Hasta que sonó su teléfono y la expresión de su mirada cambió. Ian fue hasta dónde estaba su celular y contestó.


—¿Qué necesitas? —Hizo una pausa y no logré escuchar quién hablaba del otro lado. —De acuerdo, pero no iré de una vez.... No, no me importa... Dentro de una semana estaré de vuelta. Haz las cosas bien de una buena vez. 


Ian colgó y su buen humor de hace rato ya se había esfumado. 


—¿Quién era? —Pregunté y me senté en la cama.


—Mi ex. 


—¿Maëva? —Sentí curiosidad.


—No, es Melissa. —La ex con la cual estuvo después de Maëva. 


¿Por qué todas por la M? ¿Lo hacía adrede? 


—Ah... Bueno. Sí debes irte puedes hacerlo.


—No, no me iré. Qué ella resuelva sus asuntos sola. Es una idiota. En fin, dejemos el tema de mi ex de lado ¿De acuerdo? Ahora sólo somos nosotros, después seremos 3, pero sólo concéntrate en nosotros. 


Asentí ante sus palabras y no le pregunté nada más con respecto a su ex.


Malditas todas esas.


Le pedí que se quedará un rato conmigo en la cama antes de que hiciéramos algo más. Él se metió bajo las sábanas conmigo y me quedé un rato sobre su pecho.


¿Qué nos vendría en el futuro? No lo sabía, pero lo que sí sabía es que él era mío. O al menos estaría conmigo por mucho tiempo.


Escrito por Violeta Préville.

Comentarios

Entradas populares